Martirio

Saturnino, a su regreso de su misión evangelizadora por Hispania, continuó anunciando la fe en su sede de Toulouse. De modo que, iba creciendo cada día y tomando más y más fuerza la iglesia tolosana.

 

Enmudecen los ídolos paganos

Los dioses paganos venerados en Toulouse iban perdiendo terreno según aumentaba el número de cristianos. Y empezaron a faltar las adivinaciones de estos ídolos, quedando al descubierto su poder fraudulento.

Alterados los sacerdotes idólatras por el silencio de los ídolos paganos y la ausencia de oráculos, se preguntaron unos a otros de dónde podría venir este repentino y desusado silencio de sus dioses, quién habría tapado aquellas locuaces bocas de modo que no se abriesen con sus plegarias, no se aplacasen con la sangre de toros y de otras víctimas y que, airados o ausentes los dioses, no diesen respuesta alguna a las consultas que ellos les realizaban.

Y descubrieron que la reacción de sus ídolos era fruto de la extensión del cristianismo en la ciudad, cuya cabeza era Saturnino, su obispo. Él, cada día, de camino a la iglesia pasaba frente al capitolio, lugar donde los sacerdotes de las divinidades paganas ofrecían sacrificios y esperaban la respuesta de sus dioses, que callaban atemorizados por la predicación del santo obispo.

Cuando los sacerdotes paganos descubrieron que un hombre amedrentaba a sus dioses y que, cuando Saturnino pasaba, quedaban aterrados, se percataron que debían aniquilar al causante del mutismo de los ídolos paganos para recuperar la normalidad religiosa.

 

Saturnino es invitado a sacrificar a los ídolos

Aconteció que una de las veces que Saturnino vidrieras.sansaturnino02pasaba frente al capitolio, se había congregado un gran gentío pagano para sacrificar un toro a sus dioses con el fin de calmarlos.

Uno de los presentes, viendo desde lejos que el obispo se dirigía a la iglesia para sus acostumbradas funciones, empezó a gritar:

«Ese es el enemigo de nuestras ceremonias, él está al frente de los cristianos de nuestra ciudad, él predica que deben ser destruidos nuestros templos, él trata a nuestros dioses como demonios, él con su presencia nos impide alcanzar las respuestas que antes nuestros ídolos nos daban. Venguemos nuestra injuria y la de nuestros dioses, a quienes hay que aplacar ofreciéndoles un sacrificio o alegrarlos con la muerte del causante de nuestra desdicha.»

Inmediatamente toda la turba rodeó a Saturnino, huyendo al momento el presbítero y los dos diáconos que le estaban acompañando y ordinariamente le servían. Fue llevado hasta el capitolio para obligarle a sacrificar a los dioses paganos, mientras él repetía:

«Un sólo Dios verdadero reconozco, a él sólo le ofreceré alabanzas y sacrificios. Vuestros dioses, en cambio, son demonios a los que honráis en vano, no tanto con víctimas de animales, cuanto con la perdición de vuestras almas. Y cómo pretendéis que los tema cuando os oigo decir que son ellos los que me temen a mí.»

 

Saturnino, atado a un toro, es martirizado

Las palabras del obispo enfurecieron tanto a la masa, que ataron los pies de Saturnino con una cuerda al toro que iba a ser sacrificado y lo precipitaron desde lo más alto del capitolio. Al instante se le rompió la cabeza golpeada en los escalones del capitolio, desparramándose sus sesos por el empedrado, y se le hicieron pedazos todos sus miembros a lo largo de la carrera del animal.

El toro arrastró el cuerpo muerto del obispo, que ya nada podía sentir, hasta que se rompió finalmente la cuerda, quedando abandonado en la calle, porque acobardados los cristianos que él había convertido con el furor de los gentiles, no se atrevieron a enterrarlo. Fueron dos piadosas mujeres quienes recogieron sus restos colocándolos en una caja que enterraron en una fosa profunda.


difusión del culto

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